La crónica de Claudia

la cronica de Claudia

Claudia removía su tenedor sin cesar mientras cenaba lento y esperaba a su marido con mala cara, sentada en una mesa lujosa, con muchos puestos vacíos, candelabros y vajilla costosa se lamentaba de sentirse tan sola.

Con la mirada puesta en el vacío del tapiz rojo de la pared, divagaba en sus recuerdos de su vida temprana, veía a sus amigas que jugaban y reían en la casa de su madre, aquella desordenada, un poco sucia y sin una gota de clase, esa que tanto renegó de adulta es la misma que en algún momento la hizo muy feliz. En aquella casa del barrio Claudia creó las mejores vivencias, rodeada de admiración por su belleza, cariño de sus amigas y amor, que mal o bien sentía de su madre. 

Repasó como fue que cayó en las manos de aquel matrimonio, tan superficial, falto de amor, de respeto, ya ni su figura era admirada por el hombre que creyó amar, ya ni sus besos despertaban pasiones y cada día más estaba la casa más vacía, rodeada de oro pero falta de amor.   

Se preguntó si así era como quería pasar el resto de su vida, se reprocho el hecho de aguantarle tanto a un hombre como Eduardo, grosero, pedante y presumido. Los gritos, las amenazas y los golpes no habían sido suficientes hasta esa noche que estaba decida a acabar con el causante de su desgracia. 

Ella se había perdido a sí misma y su mente giraba a toda velocidad por todos y cada uno de los tormentos en los que Eduardo la había metido, primero la pérdida de su primer amor a manos de un arma de fuego, las amenazas constantes a la vida de su madre y abuela. Ofreciéndole villas y castillas Eduardo consiguió engatusar a Claudia lo suficiente para que se casaran sin ver ella otra salida a tantos problemas de violencia. 

Por años tolero lo que a Eduardo se le viniera en ganas, sus borracheras y sus celos irracionales con sus propios amigos, sus negocios turbios, ella se reprimió siempre de contar sus maltratos por el bien de los que amaba, los riesgos que representaba ser la esposa de un narco, sabía muy bien lo que era capaz de hacer un hombre desalmado como él. 

Hasta que un día, su madre lo vio todo y se interpuso entre él borracho y su hija, se dijeron hasta lo que no debían y lo amenazó con llevarse a Claudia si volvía a tocarle un solo cabello. Bastaron dos días para que la mujer fuera hallada en su casa incendiada junto con la abuela de Claudia y su perro. 

Desde entonces Claudia no se ha recuperado, sabe que lo ha perdido todo, sabe que no hay nada más para ella en este mundo pero su rencor, ese que le quema el corazón y la garganta día tras día le dice que no puede dejar este mundo sin llevarse con ella al causante de tanto dolor. 

Eduardo acaba de llegar, los ruidos de sus zapatos despiertan a Claudia de su regresión, se pinta una sonrisa falsa en la cara y lo recibe con amabilidad, su copa de vino blanco esta intacta al igual que la de su marido que parece estar sediento. 

El hombre se sienta y se acomoda en el lujoso comedor con su servilleta de tela en el regazo, luego toma con ánimo la copa de vino y hace ademán de brindar con ella, que con arrogancia lo sigue, lanzándole después del choque de las copas una sonrisa pícara a su marido. 

Bastó un sorbo de vino para que la cara de Eduardo cambiara, como si se ahogara, como si se quemara. Claudia lo observó con calma mientras su marido agonizaba frente a ella y con esa misma frialdad tomó un sobre de vino y con ese sabor ácido se despidió de su desdichada vida. 

Fin. 

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2 comentarios

  1. Interesante, intriga hasta el final, me gustó (lo único, me quede un poco fuera de base con el cambio de nombre a Camila)

    1. ¡Que alegría que te haya gustado! Y ya voy corriendo a corregir ese cambio de nombre jaja. Un abrazo, gracias por leerme.

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