La treta de Paul

La treta de Paul

Esta mañana desperté con un recuerdo en la cabeza, su rostro, su sonrisa. Esa chica me dejó encantado, era tan hermosa, apenas la vi entrar a la tienda me alegró  pertenecer al departamento de ventas para tener así la excusa de acercarme. 

La vi directo a los ojos intentando conectar con ella y algo dentro de mi me dice que lo logré, pago con su tarjeta de crédito y pude ver su nombre, <Amanda>, tan dulce como aparenta serlo. Estoy seguro que el cargador defectuoso que compró la hará volver y estaré preparado para pedirle su número. 

Estoy tan apurado que ni he desayunado mi acostumbrado cereal con leche, quiero llegar a tiempo. 

Las horas se pasan lento y el hambre apremia, casi va hacer hora de almorzar y aun Amanda no aparece. Tan solo la he visto una vez y me he imaginado momentos divertidos a su lado, un poco de compañía no le cae mal a nadie ¿Verdad? 

– Te veo distraído, Paúl. – Escucho decir a mi jefe que pasa unos metros de distancia de mi con prisa. – Eso no te hará vender, concéntrate. – Me impone mientras yo intento disimular mi mal gesto. 

De pronto, siento como si el tiempo a mi alrededor se detuviera cuando la veo entrar. Mi treta a funcionado y por fin puedo verla de nuevo, con su cabello negro, los ojos café más bonitos que he visto en mucho tiempo y las cejas encarnadas, se acerca a mi de prisa. 

– ¡Me vendiste algo defectuoso! – Dice con rabia. 

Con mi sonrisa inamovible la saludé llamándola por su nombre y le aseguré el cambio de la pieza, la conduje hacia los demás cargadores y le anuncié que esta vez si se lo probaría para que no hubiera otro incidente. 

Cuando la prueba estuvo lista quiso marcharse de inmediato pero la detuve con una muy mala excusa. 

– Espera… Quizás te convenga saber si en realidad carga tu pila, a veces vienen con defectos. – 

Su semblante de enojo permanecía allí mientras asentía con la cabeza, los brazos cruzados en el pecho me comprobaban que esto no fue una muy buena idea pero, ¿Qué más podía hacer? Soy tan reservado que ni las apps de citas me han funcionado, en dos años ya me había comprobado a mi mismo que quería compañía. 

¡No me juzgues! Los hombres también tenemos problemas para coquetear. 

Entonces, decidí ser honesto con ella y no perder más tiempo. 

– ¿Te puedo confesar algo? – Pregunto y resisto su mirada de pocos amigos. – Sin que te molestes más, claro – Agrego. 

– ¿Qué? – 

– Sabía que iba a volver… y me alegro fueras tu – 

– ¿Me vendiste el cargador mal a propósito? – Dice con tono indignado. 

– No, no… solo que, pasa frecuentemente… por eso digo que me alegro que hayas sido tú y no el señor calvo que vino después de ti. – Bromeo y le robo una sonrisa. 

Siento un alivio que se extiende de mi pecho a todo el cuerpo al verla peinándose el cabello detrás de la oreja.

– Es que ayer fuiste encantadora… hoy viendo tu lado enojado debo decir… – 

– Lo siento – Dice sin dejarme terminar pero sonriendo, le causa gracia mi elección de palabras. 

– Tranquila… yo también he estado de mal humor hoy, no he podido desayunar y el hambre me tiene mal – Exagero con mis gestos. 

– Yo tampoco he comido… quizás es eso – Sonríe. 

– Te recomiendo los burritos que venden en la esquina, son de muerte lenta. – 

– Bien, gracias… supongo que a ti te faltan horas para comer. 

– A ver… – Digo examinando mi reloj – Justo en cinco minutos puedo salir. 

Te puedo decir que esa primera cita, así de improvisada  fue la mejor que había tenido en mucho tiempo. Estaba tan aislado de la vida que ya se me había olvidado lo que se sentía tontear para hacer reír a alguien, ese calor en las manos cuando llevas mucho tiempo tomándole la mano. 

Más aún los nervios cuando te despides y propones volverse a ver y que te digan que sí, wow… sinceramente tenía un hueco en mi corazón, uno que había llenado con horas extra de trabajo y comida chatarra pero que ahora lo comparto con buena compañía. 

Tengo nuevos amigos, ahora tengo planes todas las noches y vivo mi vida con ese toque de adrenalina que te brinda el amor. La felicidad a tocado mi puerta y no me canso de recordar mis malos argumentos para lograrlo que hoy me hacen sentir orgulloso. 

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